Álbumes excéntricos/bizarros/raros de los años 80 (I)
A los sesenteros no les fue tan mal en los ochenta. Neil Young, Bob Dylan, Ian Anderson y Scott Walker lo demuestran con grandes obras.
La década de los ochenta: fascinante, avanzada, prolífica, abundante, extravagante y retadora. Adjetivos para describir ese periodo, abundan. Es tal vez la era del rock a la que más recursos emocionales, económicos e intelectuales le he dedicado para entender y magnificar todo su legado, no en vano escribí un libro sobre los ochenta británicos. Esa pasión me ha llevado a explorar esos diez años desde la perspectiva de nuevos géneros y artistas, la evolución de las técnicas de grabación, producción y mercadeo, el rol de productores, ingenieros y disqueros, la moda, los avances audiovisuales y de reproducción de música, los medios, publicaciones especializadas, los conciertos y, especialmente, la capacidad de adaptación de los músicos de la generación dorada de los años sesenta en una década que supuso grandes retos para sus carreras.
A continuación, una selección de aves raras de los años ochenta que denotan el esfuerzo, visión y pasión de los músicos para encajar de la mejor manera en una era apasionante y fascinante para la música.
Neil Young: Trans (Geffen, 1982)
Tras lanzar al mercado Re-Actor (1981), el canadiense cortó relaciones con Reprise Records para irse a trabajar con David Geffen en el sello Geffen Records. El célebre empresario, quien fuera mánager de CSNY durante un tiempo, le propuso a Young un acuerdo sustentado en la libertad creativa y varios millones de dólares como adelanto para producir cuatro álbumes en estudio. Young se tomó en serio aquello de la libertad y produjo uno de los trabajos más extraños, inquietantes y fascinantes de su carrera: Trans. El álbum está dedicado a su hijo y su lucha contra la parálisis cerebral, especialmente para poder comunicarse. El uso de sintetizadores y elementos de la electrónica como el sinclavier y batería programada, para camuflar la interpretación vocal de seis de las nueve canciones del disco funcionan como metáfora para denotar la lucha de su hijo para expresarse. Sí, también por momentos parece un homenaje atemporal a Kraftwerk (“Computer Age”) y toda la onda del synthpop, pero más que imitar o adaptar, es un disco que conserva el sello del arte de Young. Las tres canciones que rompen con el concepto electrónico, “Little Thing Called Love”, “Hold on to your Love” y “Like an Inca”, parecen sacadas del baúl de los recuerdos de los años de Comes a Time o Rust Never Sleeps y le dan un toque sobrio y magistral al disco. Algo fascinante sucede con este álbum: una primera escucha genera confusión, pero a la tercera produce una fascinación que hace imposible soltarlo y olvidarlo. El disco tuvo mala prensa, fue destrozado por Geffen que no tuvo reparo en demandar a Young por entregarle un disco confuso e imposible de mercadear, demanda con contrademanda a favor del músico. El paso del tiempo ha valorizado este álbum y a pesar de que sigue siendo un incunable de su catálogo, BMG lo ha reeditado y finalmente está al alcance de sus seguidores.
Scott Walker: Climate of Hunter (Virgin, 1984)
Hay discos que marcan y determinan a una era, señalan caminos creativos a seguir, e influyen de forma crucial en los músicos más avanzados de una generación. Eso sucede con este difícil de encasillar y asimilar Climate of Hunter. El contexto de la grabación del undécimo trabajo en solitario de la voz líder de los Walker Brothers es bien particular: tras la mala acogida del álbum We Had It All (1974), Walker reformó a The Walker Brothers, tras firmar con el sello GTO Records. Entre 1975 y 1978 produjeron los álbumes No Regrets (1975), Lines (1976) y Nite Flights (1978), con una mediana aceptación entre la prensa y sus seguidores. El tema “No Regrets” fue éxito a principios de 1976, con lo que Walker sintió que la segunda etapa creativa de la banda tenía futuro. Sin embargo, la llegada del punk y el new wave sepultó ese anhelo. Walker se replegó y se dedicó a otras actividades hasta que en 1983 recibió una oferta de Virgin Records pare revivir su carrera. Walker tenía algunas canciones avanzadas desde finales de los años setenta, muy en la onda de Eno y Lou Reed, pero no sentía que la industria tuviera la intención de financiar su música. Sin embargo, gracias al productor Peter Walsh (clave en la carrera de los Simple Minds) Virgin se interesó en darle un segundo aire a su carrera. El resultado es un disco maravilloso en todo el sentido de la palabra, influyente y de culto para artistas como Peter Gabriel, David Bowie, Elvis Costello, Robert Wyatt, David Sylvian, Bryan Ferry, entre otros, quienes encontraron en la propuesta de Walker ideas inspiradoras. El único álbum publicado en los años ochenta por Walker es una joya en todo el sentido de la palabra, avanzado, experimental y trasgresor. Musicalmente es un disco de jazz y pop progresivo, atonal por momentos, que usa las bondades de la electroacústica para darle vida a ocho canciones que necesitan varias sesiones de escucha para ser asimiladas. Contó con la presencia de los músicos Peter Van Hooke, Mark Knopfler, Mark Isham, Billy Ocean y Mo Foster.
Bob Dylan: Shot of Love (Columbia, 1981)
El último trabajo de la trilogía cristiana de Dylan es el más sólido y llamativo, de esa etapa de renacimiento espiritual, desde el punto de vista de la música, aunque las letras seculares (salvo “Property of Jesus”) le ayudaron a quitarle el aura religiosa de los dos discos anteriores (Saved y Slow Train…). Parte del encanto de Shot of Love está en la variedad de sonidos que ofrece Dylan y su banda de grandes nombres como Ronnie Wood, Mick Taylor, Mark Knopfler, Ringo Star, Jim Keltner y Donald Dunn para dejar un disco ecléctico y, hasta cierto punto, extravagante. Gospel, soul, reggae, pop y mucho más rock hacen de este álbum el punto clave en la transición artística y conceptual de Dylan que le permitió concebir la joya suprema de su obra en los ochenta: Infidels (1983), el disco que lo reconectó con el judaísmo. Vapuleado por la prensa (no podía ser de otra forma), el tiempo le dio la razón a Dylan quien, sin concesiones y presiones, creó un disco que ha traspasado la barrera del tiempo. Jamás juzguen a un libro por su portada, con este álbum pasa lo mismo.
Ian Anderson: Walk into Light (Chrysalis, 1983)
No es un secreto que a gran parte de la generación del rock progresivo británico le costó adaptarse a la dinámica de los ochenta. Algunos siguieron la línea de la década anterior, otros se reinventaron y los que no entendieron la dinámica, desaparecieron por un tiempo. Y aunque Jethro Tull nunca fue una banda de rock progresivo en el sentido literal de la palabra, era imposible no asociarlos a esa corriente. El caso es que pocas bandas de su generación lograron dejar una obra tan sólida, diversa, coherente y avanzada como la de Jethro Tull desde su debut en 1968 hasta Heavy Horses (1978). Sin embargo, desde Stormwatch (1979) en adelante, daba la impresión de que Anderson quería que el grupo encajara con los nuevos sonidos que aparecían en el ambiente y el resultado no siempre fue el esperado, por lo menos la prensa no fue nada indulgente con esa parte de su obra. Con los álbumes A (1980) y The Broadsword and the Beast (1982) Anderson rompió con sus raíces folk, rock y blues para explorar las bondades de los sintetizadores como el instrumento líder del sonido de su música. De hecho, el álbum A se concibió originalmente como un proyecto en solitario de Anderson, pero Chrysalis Records se opuso. Anderson quería explorar en solitario otras fuentes e ideas de composición sin afectar el legado y marca de su banda. Eso es lo que sucede justamente en Walk Into Light, su debut en solitario, en las que hizo las veces de hombre orquesta, en modo Zappa. Musicalmente es un gran álbum, por momentos suena al Yes de Drama y al debut de Asia, aunque se sostiene como una pieza única en su acervo. Incunable y descatalogado, es el santo grial de los seguidores de Jethro Tull.
Muy chévere. 👏🏻