El autorretrato de Bob Dylan
Bob Dylan cumple 80 años. A inicios de 2021 se lanzó un tesoro oculto en su amplio catálogo que reivindica la supremacía de su ambigüedad y su otredad. Salud, Bob!
Los músicos se cansan de su público, es normal. Es una relación de amores y odios; de codependencia necesaria, hasta cierto punto. En 1977, durante uno de los shows de la gira de Animals, el bajista Roger Waters pateó en la cara a un seguidor histérico que no dejaba de gritarle cosas. Ese fue uno de los tantos orígenes emocionales del álbum The Wall. Hay otros casos similares, como los de David Crosby y Graham Nash evitando a seguidores/acosadores a la salida de un recital en San Francisco, o el bonachón de McCartney negándoles unas fotos a unos fanáticos en Nueva York. Esa aversión al seguidor/acosador pudo ser el origen de uno de los discos más criticados de la extensa obra de Bob Dylan, y tal vez del pop en general: Self Portrait. Editado en junio de 1970, el álbum se empezó a cocinar en Nashville, en abril de 1969, donde Dylan ya había construido un capítulo memorable de su carrera junto al cantante Johnny Cash, con quien grabó el supremo Nashville Skyline. Por aquellos días, Dylan vivía recluido en las montañas del estado de Nueva York, muy cerca del pueblo bohemio de Woodstock. Estaba cansado de los seguidores/acosadores que no le daban un respiro y que además le exigían una postura de héroe nacional frente a los dramas del país. Lo tildaban, tal como él lo recuerda en su libro Crónicas, de “el gran Buda de la revuelta”, “el sumo sacerdote de la protesta”, “el zar de la disidencia”, entre otros adjetivos descabellados. Sus seguidores esperaban que él se convirtiera en el líder espiritual del movimiento hippie, pero Dylan era un consagrado cantautor, con nueve álbumes en su espalda, que solo quería estar con su familia y componer más canciones.
Uno de los primeros críticos en detectar que algo no andaba bien con Self Portrait fue el periodista Greil Marcus, que inició su muy recordada reseña en la revista Rolling Stone, de julio de 1970, con la lapidaria frase: “¿qué es esta mierda?”. Marcus, junto con millones de feligreses de la religión dylanesca, estaban estupefactos con el resultado del disco que era una mezcla bizarra de pop, con algunos clásicos de la música folk norteamericana, un par de versiones de canciones memorables como “The Boxer” de Simon & Garfunkel y unas cuantas canciones en vivo sacadas de un show que el artista dio en 1969 en el festival de la Isla de Wight en Inglaterra. Parte de las críticas se centraron en la producción del disco: barroco, sin una dirección coherente, cargado de arreglos orquestales, coros femeninos, vientos y cuerdas. En los años ochenta, Dylan le confesó al periodista Kurt Loder de MTV que su intención era alejar a sus seguidores de su obra: “Quiero hacer algo que no pueda gustarles, con lo que no puedan relacionarse. Lo verán, lo escucharán y dirán: 'Bueno, pasemos a la siguiente persona'”. Sin embargo, no era la primera vez que Dylan se refería a este álbum y cualquier declaración tocaba analizarla con pinzas, como todo en su cerrera: llena de contradicciones, múltiples versiones y verdades acomodadas como que ese álbum fue su respuesta a los mercaderes de su catálogo. “Era mi disco pirata”, dijo. Pero la única verdad estaba en la voz del artista, en lo que cantaba y solo él sabía exactamente qué pasaba por su mente cuando decidió grabar esos temas y aprobar, además, las mezclas que tanto se le criticaron a Johnston.
En 2013, Sony Music presentó el compilado Another Self Portrait como parte de las memorables Bootleg Series del catálogo del cantautor. Esta vez la crítica, incluyendo al feroz Marcus, recibieron con mejores ojos al disco más odiado del pop: “Las canciones de Self Portrait sin alterar eran muy crudas y llamativas”, dijo. Hubo consenso en afirmar que el problema de la primera edición estaba en los arreglos de Bob Johnston. Sin embargo, Dylan le había confesado a un periodista que en ese momento estaba perdido y no sabía exactamente qué estaba haciendo con su música. Declaraciones que tienen sentido y se corroboraron con el lanzamiento del álbum New Morning, cuatro meses después del fracaso comercial de su autorretrato, un disco que tuvo mejor aura gracias a canciones como “If Not For You”, tema que además versionó Harrison en el álbum All Things Must Pass y que refrenda una relación que por años fue sólida y de la que quedaron momentos que dan para una segunda crónica que retrate esta relación de amistad sólida.
No era la primera vez que Dylan lanzaba dos álbumes en un mismo año, aunque fue la primera vez que se enfrentó a las garras feroces de la prensa musical de su país, inclemente y sin concesiones. Y detrás de toda esta historia ⸻de amores y odios de la prensa y los seguidores hacia un artista consagrado, y de declaraciones ambiguas y contradictorias del músico frente a los orígenes de Self Portrait⸻ había un secreto: setenta canciones que permanecieron ocultas durante cincuenta y dos años y que acaban de ver la luz bajo el sugestivo título Bob Dylan1970, parte del especial de Sony Music para celebrar la obra del artista con sets de lujo como sucede desde hace nueve años.
El origen de este compilado triple data de las sesiones suspendidas de Self Portrait en Nashville, que fueron retomadas en marzo de 1970 en los estudios de Columbia en Nueva York. Al Kooper, un viejo conocido que volvió a tocar en ese momento con Dylan, le contó a Marcus que fueron días extraños donde cualquier cosa podía pasar en los estudios: “Cuando llegué al estudio, la situación se puso muy rara, de lo más extraña. Bob tenía una pila de números de la revista de folk Sing Out! y los estaba revisando, eligiendo canciones y grabándolas. Había de todo, desde canciones folclóricas tradicionales hasta 'Mr. Bojangles' y 'Come a Little Bit Closer', de Jay and the Americans, y 'The Boxer', de Simon and Garfunkel. No comprendía lo que estaba haciendo, y no estaba realmente a cargo, así que me senté en mi asiento e hice lo que me dijeron”. Dylan y su banda, durante cerca de cuatro días, grabaron una treintena de canciones, de las que salieron las veinticuatro que dieron forma al álbum de la discordia.
Sin embargo, entre marzo y junio de 1970, Dylan grabó sin parar y tuvo a un invitado de lujo para las sesiones del 1º de mayo: George Harrison. Junto a su beatle preferido, grabaron nueve canciones entre las que se destacan “Gates of Eden”, “Mama, You Been on My Mind”, “Time Passes Slowly” “Matchbox”, “All I Have to Do Is Dream”, entre otras, que habían circulado en años anteriores en bootlegs asociados a la obra de Harrison y que tuvieron que esperar medio siglo para ver la luz de forma oficial. Otras de las tantas sorpresas de este álbum triple son las tres versiones de “Alligator man” (country, rock y estándar), una versión monótona de “Yesterday” o una extraña pero más que loable versión de “Can´t Help Falling In Love”, inmortalizada por Elvis Presley en 1961, esta vez con un toque moderno en la voz barítona de Dylan.
Esta selección de rarezas y grabaciones perdidas del extenso y muy explorado (y explotado) catálogo de Bob Dylan, permiten revisitar con otros ojos un periodo que, a mi modo de ver, fue injustamente incomprendido y maltratado. Y es que más allá de las ventas o las críticas que la prensa hizo de ese momento puntual de la carrera de Dylan, no dudo que él estaba haciendo lo que mejor ha hecho desde hace casi sesenta años de carrera: “crearse a sí mismo”, tal como se lo dijo a Martin Scorsese durante la producción del documental Rolling Thunder Revue. Crearse significa crear, disfrutar del acto de la creación.
Esto se puede comprobar tras las tres horas que nos entrega Dylan en estos tesoros ocultos, donde hay no solo una mirada a un tiempo sino una reinterpretación de un pasado y de una tradición popular que edificó su carrera y que la ha mantenido sólida hasta nuestros días. No olvidemos que a mediados de 2020 Dylan nos sorprendió con un puñado de nuevas canciones en el álbum Rough and Rowdy Ways. Más allá de lo que sus detractores puedan decir de su obra o de sus puntos no tan altos en su carrera, como todos los artistas consagrados los tienen, lo que hay en esta selección es arte genuino de primera categoría, las piezas que le faltaban al rompecabezas de su muy discutido (o ¿discutible?) autorretrato.
Playlist de parte de sus autorretratos
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