Lou Reed
The Blue Mask
1982
Si hubo un artista que sufrió con el cambio de los setenta a los ochenta, ese fue Lou Reed. La sensación para la prensa y el público en general era la de un músico que luchaba contra sus propios demonios, mientras vivía de la renta gracias a su legado y gesta con los Velvet Underground, por dos buenos álbumes entre 1972 y 1973 como lo fueron Transformer y Berlin, respectivamente, y un gran disco en vivo como Rock N Roll Animal (1974). Lo que vino entre 1974 y 1980 es para el olvido, especialmente esa amalgama de ruido sin sentido e inescuchable como lo fue Metal Machine Music (1976) y muy a pesar de los buenos momentos que tuvo el álbum Coney Island Baby (1976), la última chispa de genialidad del neoyorquino por sonar a lo más melódico de los Velvet Underground. Tras un álbum de menor factura en 1980, Reed entendió que su actitud debía ser matar o morir.
Lo primero que hizo Lou Reed fue cambiar de compañía discográfica y buscar nuevos productores y músicos para reenfocar su sonido y volver a lo básico, a lo que mejor supo hacer desde los días junto a John Cale y compañía: usar su voz como instrumento líder, acompañarla de su guitarra, la fuerza de sus letras y despojarse de todo lo que generaba ruido y confusión hacia su música, es decir los teclados, los vientos, los coros y los adornos orquestales. La nueva banda de Reed estaba formada por Robert Quine (de los Voidoids), el bajista Fernando Saunders y Doane Perry, años más tarde reconocido baterista de Jethro Tull.
Parte del encanto de The Blue Mask, además de haber usado como portada una versión alterada de Transformer en azules (Bowie en 2013 replicaría esta idea con Heroes y Next Day), estaba en lo crudo y rudo de su música, ni hablar de las letras (He thought he was a saint, I've made love to my mother, killed my father and brother What am I to do, dice con fuerza visceral Reed en el tema que le dio el nombre al álbum). Fue un acertado regreso a un sonido más callejero, el álbum sonaba a Nueva York en aquel entonces: sucia, caótica, ruidosa, acaparada por el crimen y las riñas entre mafiosos italianos. Si un disco logra capturar la esencia y el momento de una ciudad, cumple por todo lo alto porque inmortalizará ese periodo. La furia con la que Lou Reed canta en varios pasajes del disco fue inspiradora para toda una generación posterior. Su guitarra parecía un fusil de asalto.
No es un secreto que Lou Reed fue un gran letrista, un tipo que supo entender su tiempo y su momento. Y si bien en The Blue Mask los temas son tan variados como mundanos, desde la estabilidad matrimonial, el uso de las drogas, la muerte de Kennedy, su amor por las mujeres y algunas cuestiones políticas, el seguidor de su música valoró mucho más esta postura que la del hombre que recreó fantasías masoquistas entre travestis o quien le hacía apología al uso de la heroína. ¿Por qué? Porque sonaba a The Velvet Undergroud moderno, mordaz, cortante, furioso y agudo como en los tiempos de “White Light”, “Venus in Furs” o “Sister Ray”. Como lo dijo en su momento un crítico: “The Blue Mask es un álbum de canciones de amor para gente a la que no le gustan especialmente las canciones de amor”. Música y metáforas al servicio de mentes agudas, profundas, despojadas de una literalidad dañina para la profundidad que pedía la música de ese momento.
Uno de los tantos puntos altos del disco, además de la sobriedad manifiesta de un hombre que acaba de cumplir 40 años, es que con el paso de las décadas su inmediatez emocional está intacta, el valor de su mensaje sigue siendo válido y pertinente. Hay una claridad sonora audaz y vigorizante como cuando sorprendió por primera vez a los críticos escépticos y a los fanáticos ansiosos de música de mejor calidad a la ofrecida desde el 74 en adelante. Hay discos que no envejecen bien, este no es el caso de The Blue Mask que, como los buenos vinos, entre más añejo, mejor. En términos comerciales el disco fue un fracaso, no entró en listas, no tuvo éxitos en la radio. Sin embargo, las aspiraciones comerciales rara vez formaban parte de los planes de Reed, sobre todo en ese momento de sobriedad y de apegos domésticos. Lo más importante que dejó este disco es que encarriló a Reed por una senda más sensata y coherente a la hora de componer y de grabar sus canciones. Sin The Blue Mask, muy posiblemente Lou Reed no hubiera logrado el inesperado éxito con el álbum New York (1989), su última obra mediática y ampliamente recordada.