Por Sandro Romero Rey
(A Yoko Ono)
I Me Mine
Era yo un niño aun cuando vi por primera vez la película Let it be de Michael Lindsay-Hogg. Se trataba de un largometraje donde The Beatles componían los temas del álbum del mismo nombre (y otros divertimentos, entre ellos algunos fragmentos del futuro Abbey Road). Let it be, el acetato, lo había descubierto y lo escuchaba sin parar hasta aprendérmelo de memoria. No sé cuántas veces me encerré en el cine a ver el canto del cisne de “el cuarteto de Liverpool”. Lo cierto es que, entre 1970 y 1980, cada vez que podía, me dejaba llevar por sus imágenes y, jamás de los jamases, me pareció una película “triste” como la leyenda quiso venderla con el tiempo. Después del asesinato de John Lennon, poco a poco, Let it be se fue extinguiendo hasta que desapareció por completo. El negocio de la nostalgia restauró toda suerte de materiales audiovisuales de la banda (hasta llegar a cimas gloriosas como Eight Days a Week [2016] de Ron Howard). Parafraseando a un personaje histérico del film I Wanna Hold Your Hand (1978) de Robert Zemeckis, uno podía afirmar: “¡lo sé todo acerca de los Beatles!” Pero no. Uno no sabe nada acerca de los Beatles. Por eso, cuando salió la noticia de la realización de The Beatles: Get Back de Peter Jackson me asombraba la cantidad de beatleólogos que aparecieron en el mundo, especialistas que sabían de Johnpaulgeorgeandringo más que el mismísimo George Martin. Y ni hablar después del estreno de la serie a través de la plataforma Disney+. No me voy a referir a los comentarios de la prensa inglesa o estadounidense, porque no quiero aguar mi propia fiesta. Tan solo quiero suscribir estas líneas para dar testimonio de una pasión.
Creo, como muchos otros (saquemos a los beatleólogos del paseo), que The Beatles: Get Back es una obra maestra del cine, de la música, de la nostalgia y de la constatación de que en el mundo aún quedan algunos restos de la felicidad suprema. Algún crítico escribió, haciéndose el inteligente, que el pasado del rock no deja surgir nada nuevo y que la industria de los recuerdos está acabando con la creatividad. No me voy a meter en esa discusión. Que cada cual administre sus envidias. Las tres partes de The Beatles: Get Back, casi ocho horas seleccionadas tras la visualización de sesenta horas de imagen y la escucha de ciento cincuenta de cintas de audio, es sencillamente atortolante. La restauración de cada plano es impecable y pareciera que los veintinueve años de John Lennon, Los veintisiete de Paul McCartney, los veintiséis de George Harrison, los veintinueve de Ringo Starr y los ¡veintitrés! de Billy Preston hubiesen tenido lugar en el siglo XXI y no en el invierno triste de enero de 1969.
Peter Jackson, el director de The Beatles: Get Back había realizado, por fuera de la serie de El señor de los anillos, un atractivo mockumentary titulado Forgotten Silver (conocido entre nos como La verdadera historia del cine) y, sobre todo, Ellos no envejecerán (They Shall Not Grow Old, 2018) la exquisita recuperación de los materiales de archivo filmados durante la Primera Guerra Mundial. Quizás por ello, Jackson pudo tener acceso a los archivos sagrados de Apple, la productora de los Beatles y quedarse con el tesoro del material de descarte de la película de Michael Lindsay-Hogg. La primera pregunta que uno se hace es: si Lindsay-Hogg seguía vivo, ¿por qué permaneció ese material guardado durante cincuenta años y nadie se había atrevido a tocarlo? Y otra más: ¿Por qué terminaría otro director manipulando las imágenes ajenas? En realidad, si nos ponemos positivos, Peter Jackson no solo le rinde homenaje a los Beatles con la recuperación de las sesiones de grabación de Let it be sino que, al mismo tiempo, su Get Back es un tributo al propio Lindsay-Hogg, a quien vemos trabajando con gran seguridad y entusiasmo. Por lo demás, al descubrir a Lindsay-Hogg (en la versión de 1970 apenas si se lo ve cruzar uno que otro plano), se confirma la leyenda, según la cual él es hijo de Orson Welles. ¡Son idénticos! Hasta fuma los inmensos habanos que chupaba su inmenso y posible padre. Lindsay-Hogg había filmado tesoros de la música rock inglesa de los años sesenta, no solo de los mismos Beatles, sino que acababa de realizar, en diciembre de 1968, el largometraje The Rolling Stones Rock And Roll Circus, el cual sólo vería la luz en 1996. Por eso hay tantas bromas en The Beatles: Get Back sobre los Rolling Stones. Porque John Lennon había tocado en el divertimento stoniano y Lindsay-Hogg le pide una presentación de la banda. Lo hace con creces. Lennon se burla a lo largo del documental y en varias de las canciones (“Dig a Pony”, “Dig it”…) de Mick Jagger y sus muchachos.
Glyn Johns y The Beatles durante los ensayos de Let It Be.
Durante tres semanas, Michael Lindsay-Hogg y su equipo filmaban todo lo que veían. Esa era la consigna. (Para la secuencia donde los Beatles tocaron en el techo de Apple se dice que hubo hasta diez cámaras rodando en 16 mm). El recurso, por lo demás, no era nuevo. Jean-Luc Godard acababa de estrenar, en noviembre de 1968, la película One Plus One donde se veía a los Rolling Stones ensayando ad nauseam la canción “Sympathy for the Devil”. Se dice que los Stones copiaban a los Beatles. Yo creo que se copiaban unos a otros. No solo en el ejemplo citado, sino en otros casos (el álbum blanco de los Beatles salió casi en simultánea con el “álbum blanco” de los Stones; Let it bleed salió primero, Let it be, meses más tarde…) Eso, por lo demás, ya no tiene ninguna importancia. Ellos son inmensos, cada uno en su respectivo territorio. El hecho es que los Beatles querían salirse de las ingenuidades “surrealistas” tipo A Hard Day’s Night o Help! y hacer un documental donde se los viera de verdad, en acción, creando un álbum en tres semanas, donde volverían a los sonidos básicos (bajo, dos guitarras, batería, teclados, tres voces…) de sus inicios. El resultado fue la ya citada Let it be. Pero me temo que ellos sabían que, más allá de la hora y media editada por Lindsay-Hogg, había una caja de Pandora para sacar en los momentos en que arreciara la sed. Y así fue.
Lindsay-Hogg junto a Paul y John durante el rodaje del documental.
Peter Jackson (especulo, no aseguro) descubrió las latas filmadas en el 69, las transfirió a video, se las aprendió de memoria y decidió rescatar las casi ocho horas divididas en tres partes y organizadas de acuerdo a una cronología precisa (Primera parte: días uno al siete; segunda parte: días ocho al dieciséis; tercera parte: días diecisiete al veintidós). El desafío era no tocar el material utilizado por Lindsay-Hogg (tarea, en la práctica, imposible, porque hay imágenes imprescindibles que deberían repetirse) y construir un nuevo documental casi arqueológico, donde los Beatles regresarían, en todo su esplendor, al cataclismo audiovisual del siglo XXI. ¿Qué pasó en esos 22 días? En síntesis, tres acontecimientos coyunturales: primero, escoger los estudios cinematográficos de Twickwenham, donde se iba a filmar una película muy divertida, hoy olvidada, cuyo nombre en inglés era The Magic Christian de Joseph McGrath, que terminaría coprotagonizando Ringo Starr con Peter Sellers (quien hace su breve aparición en el Get Back del que estamos hablando). El estudio había sido alquilado por Denis O’Dell, productor de Apple Records y había un mes en el que estaría libre. Allí, por lo demás, habían filmado un programa de televisión donde el grupo interpretaba “Hey Jude” rodeados, una vez más, por cientos de espectadores. Pero esa es otra historia. Volvamos a nuestro balance. Los Beatles grabando en Twickenham, ya se ha dicho en varias ocasiones, no fue la mejor idea. Estaban helados, se sentían observados y terminaron peleando, hasta el punto de que George Harrison se largó con una frase hoy memorable: “nos vemos en los clubes”. El segundo acontecimiento en aquel enero del 69 fue el trasteo al basement de las oficinas de Apple Records, donde se había improvisado un estudio de grabación diseñado por un tal Magic Alex del cual no vamos a hablar, porque él solo merecería todo un largometraje sobre el delirio. Allí ensayaron con mucha más confianza y grabaron el grueso del material, tanto para la película como para el álbum. El tercer acontecimiento determinante fue el concierto espontáneo que hicieron en el techo de las oficinas de Apple (todos los que visitamos Londres, en algún momento de nuestras vidas, vamos al número 3 de Savile Row como aquel que va a La Meca), uno de los acontecimientos definitivos en toda la historia del rock.
¿Qué hizo Peter Jackson? Primero, contar la prehistoria de The Beatles que es, en realidad, la historia. Había que contextualizar, para los nuevos tiempos, una fábula que, los que pasamos los sesenta años y tuvimos tocadiscos, ya nos la sabemos. Pero no nos ponemos bravos si nos la repiten. Jackson edita un clip que comienza en el Liverpool de 1956, cuando Lennon contaba dieciséis años, McCartney catorce y George Harrison trece. Es decir, cuando nacieron los Beatles. El resumen termina con un par de gongs de expectativa: el cuarteto, coronados como los músicos más populares del mundo, dejan de tocar para el público en 1966 y su manager, el enigmático Brian Epstein muere, en extrañas circunstancias, a los treinta y dos años de edad. De allí nos vamos a lo que vinimos: es decir, al material restaurado, que parece un viaje al cielo con diamantes. Primero, en Twickenham, Lennon ensaya una tal “On the Road to Marrakesh” que, quienes han seguido la gesta, identificarán de inmediato con los acordes inmarcesibles del “Jealous Guy” de 1972. Los espectadores ya estamos preparados puesto que, en el encabezamiento de Get Back, se nos ha advertido que habrá, durante el viaje, “conversaciones para adultos y gente fumando”. Madre mía: qué conservadores son estos nuevos tiempos. Pero estamos en el territorio de Disney+ y no deberíamos hacer demasiadas elucubraciones al respecto. Prosigamos. Acto seguido, Lennon imparte instrucciones para una primitiva versión de “Don’t Let me Down”. No nos olvidemos que semejante obra maestra no fue incluida por el productor Phil Spector en el álbum Let it Be sino como cara B del single de “Get Back”. Poco a poco, va apareciendo la tribu detrás de los Beatles: el productor George Martin, el ingeniero Glyn Johns, el director de fotografía Tony Richmond y, por supuesto, las canciones. Muchas, muchas canciones. Uno no entiende cómo hay un ambiente tan relajado si tienen que entregar un material en veinte días. Cantan y cantan fragmentos de canciones (en Internet uno puede ver la lista de todos los títulos, no los voy a repetir ahora), mientras vemos a los pocos buenos amigos de la banda haciendo de las suyas. Para mí, en primerísima persona, me extrañó la función de George Martin, a quien siempre he considerado el genio detrás del trono. En esta ocasión, las palmas se las lleva Glyn Johns, quien venía de trabajar con los Stones y se echa el proyecto al hombro. En realidad, se ve como un genio y como el precursor del glam style de los setenta. Un detalle más para agradecerle a Peter Jackson: no hay testimonios recientes de nadie. El material se defiende solo, sin voces en off, ni apariciones de ancianos testigos de lo sucedido. A diferencia del documental John and Yoko: Above Us Only Sky (Michael Epstein, 2018), en el Get Back de Jackson son las imágenes del pasado las únicas que caben en la pantalla. ¿Para qué más?
The Long and Winding Road
Todo comienza el jueves dos de enero de 1969. Allí, entre chiste y chanza, se hacen las maquetas de “I’ve Got a Feeling” (no voy a explicar cada canción: de eso ya se ha escrito mucho), cantan fragmentos de viejos rocanroles y temas de Bob Dylan, mientras especulan sobre dónde debería ser el concierto de “la resurrección” de los Beatles. Se habla (y se muestra) un templo fantástico en Libia y, mientras los ingleses deliran, yo pienso: ¿cómo hicieron para restaurar esas imágenes? Y, sobre todo, ¿cómo hicieron para sincronizar el sonido de semejante cantidad de material? En fin, los Beatles ensayan las armonías perfectas de “Two of Us” y el milagro sigue su curso. El viernes tres siguen los divertimentos de calentamiento (“Taking a Trip to Carolina”, liderada por Ringo, “Just Fun” y “Because You Love Me So” de Lennon/McCartney). El gigante Mal Evans (el responsable del martillo de “Maxwell Silver Hammer” y asesinado sin clemencia tiempo después) es el encargado de todo: transportar atriles, transcribir y sostener las letras. De toda la colección de viejos temas, se destaca una canción compuesta casi en la infancia de Liverpool, titulada “One After 909” y que terminaría siendo incluida en el álbum final. Al mismo tiempo, salen maquetas del long play futuro, junto a borradores de “Gimme Some Truth” de Lennon y “All Things Must Pass” de Harrison, las cuales saldrían, años después, en sus respectivos álbumes en solitario. Se dice que Peter Jackson no quería resaltar un ambiente de tristezas y discusiones, sino la alegría y la emoción de un grupo trabajando juntos. Y a fe que lo logra. Incluso, los momentos de tensión, se convierten en traviesas discusiones que, con el tiempo, se vuelven intrascendentes.
El lunes seis de enero llega la noticia de que “Magic Alex”, el ingeniero patafísico encargado de acondicionar un estudio en las oficinas de Apple Corps., ya tenía listo su templo. Pero aún nadie se mueve de Twickenham. Harrison comparte la versión de su “I Me Mine”, mientras se discute si van a filmar en un crucero, mientras McCartney ordena los seguros acordes al piano de “The Long and Winding Road” o de la futura “Golden Slumbers”. Su novia Linda Eastman toma fotos, George Harrison ensaya con la batería o se entusiasma con la traviesa “For You Blue”. Saltos en el tiempo para escuchar los primeros ensayos de “Get Back”, sonidos que salen del bajo de McCartney como el conejo del cubilete de un mago. Una vez más, nadie se inmuta. Pareciera que Peter Jackson y su editor subrayaran el ambiente relajado de un grupo que tiene las horas contadas. Siguen los jugueteos (“She Came in Through the Bathroom Window”, que no apareció sino en Abbey Road…) de los cuales poco quedará en la versión del álbum. Tan solo la canción “Let it Be”, que McCartney entona con entusiasta seguridad en su piano de cola Blüthner. Al día siguiente, siguen las canciones relajadas (pero, ¿cuándo van a empezar a seleccionar el material? Se pregunta el espectador, ya visiblemente preocupado), mientras se pasean por allí los habitués de los Beatles: sus compañeras (Yoko Ono, Linda Eastman, Maureen Starkey… al parecer Patty Boyd andaba en otros asuntos y estaba remplazada por el enigmático Hare Krishna que siguió a Harrison en Twickenham). Y los demás: Neil Spinall, Alan Parsons, Geoff Emerick… hasta que Harrison ensaya “Isn’t it a Pity” y luego se larga. Tensión general en el ambiente. Fin de la primera parte.
I’ve Got a Feeling
“Esto será increiblemente cómico en cincuenta años”, vaticina Paul McCartney el trece de enero de 1969, mientras esperan con Ringo Starr la llegada de George Harrison y de John Lennon. A los nueve minutos alguien dice: “… y solo quedaron dos…”, parafraseando el estribillo de una célebre novela de Agatha Christie y, premonitoriamente, anunciando que, de los Beatles, solo quedarían, en el nuevo milenio, Ringo y Paul. Por último, llega Lennon y se nos cuenta una trapisonda: los técnicos colocaron un micrófono escondido para grabar la conversación entre los dos compositores estrella de la banda. Allí, hay un primer acercamiento y, como Jackson estaba en plan optimista, se salta los detalles de la pelea y nos sumerge, una vez más, en el territorio de la música. Lennon y McCartney, al parecer, llegan a acuerdos. Pero, ¿discusiones? De repente quedaron en las cincuenta y dos horas de material no utilizadas, porque la vida sigue su curso sin alteraciones. En el día nueve, suena la ya publicada “Martha My Dear”, mientras llegan, como si nada, Lennon y George Harrison. Acto seguido, una improvisación en el piano a cuatro manos entre Ringo y McCartney (esta imagen, por ejemplo, ya se había visto en la película de Lindsay-Hogg) y más “recuerdos del futuro”: una tal “Woman” de McCartney (no confundir con la de Lennon en Double Fantasy), “The Back Seat of my Car” (recordad el álbum Ram…), en fin “Song of Love”, “Mr. Mustard”, “Madman”…. Mientras suenan los temas, los días avanzan. El quince de enero se consolida la reconciliación con el rebelde George Harrison, hacen maletas para Savile Row y deciden cancelar, de manera definitiva, el posible especial para televisión. El dieciséis de enero, desmontan los equipos en Twickenham. Paul McCartney toca en su piano “Oh Darling”, mientras Mal Evans desmonta los atriles. Alguien me dijo, después de ver el documental, que “allí no pasa nada”. Dios lo perdone.
El diecisiete de enero, sorpresa: no sirven los equipos en Apple. Otro día perdido. El diecinueve de enero, montan nuevos equipos (incluso Harrison tiene que traer grabadoras de su propia casa…). El veinte de enero nada está listo y no dejan entrar las cámaras al estudio. Lindsay-Hogg se relaja filmando a algunas fans que esperan en la puerta de las oficinas del 3 de Savile Row. Por fin, el veintiuno de enero los equipos están listos, con la tranquilizadora presencia del productor George Martin rondando por ahí. Todo parece volver a la normalidad, salvo que hay fantasmas pisándoles los talones: Glyn Johns se tiene que ir a cumplir, en pocos días, otros compromisos. Por fortuna, aunque el especial de televisión se cancela, todos están de acuerdo en dejar que se siga filmando lo que suceda en el estudio. Siguen las canciones (“You’re my Sunshine”), siguen los chistes (“Y ahora, los anfitriones, The Rolling Stones”…). En el interregno, llegan más noticias de “Magic Alex”, el científico loco que ha diseñado un instrumento con seis cuerdas de guitarra por delante y cuatro cuerdas de bajo por detrás. Glyn Johns y Goerge Martin reacomodan los equipos, mientras suena “All Things Must Pass” (descartada al final), “Dig a Pony” (integrada al álbum) y sigue el desmadre de canciones mientras se ajustan los cables del nuevo estudio. Parodias de artículos de prensa. Saludos de Peter Sellers y, por supuesto, el espectro de Yoko Ono. Aquí me detengo: ¿por qué esa sistemática animadversión del mundo por esa mujer extraordinaria? Ella está ahí, en silencio, como en un performance no solicitado, sin causarle daño a nadie ni molestar ni siquiera a Paul McCartney. Algún día la humanidad tendrá que rendirle disculpas a la musa de John Lennon. Prosigamos: el periodista Michael Housego recibe su merecido ante sus comentarios de mala leche. Muy parecido a los sobrados escribanos del siglo XXI. Otro salto (la edición de todo The Beatles: Get Back es a los trompicones. Como dicen en la costa atlántica colombiana, “no respeta pinta”…) y Lennon dice su famosa frase: “I Dig a Pygmy by Charles Hawtrey and the Deaf Aids Phase one, in which Doris gets her oats”. Sí, señoras y señores: el comienzo de “Two of Us” en el álbum Let it Be. ¿Cuándo van a ponerse serios? Hasta el momento, uno puede decir que tienen medio listas “Don’t Let me Down”, “I’ve Got a Feeling”, “Get Back”, “Dig a Pony” y borradores de “I Me Mine” o “Let it Be”. Y pare de contar. El tiempo corre, muchachos.
El veintidós de enero aparece por allí otro personajazo: el fotógrafo Ethan Russell, tomando imágenes históricas que uno ha visto regadas en cuanto libro se ha cruzado por el camino de los años sesenta. Mientras tanto, aparece la posibilidad de tocar en Primrose Hill, una de las hermosas colinas de Regent’s Park. La idea no tiene mucho futuro. El asunto se enreda hasta que, minutos después llega el pianista Billy Preston y todo parece arreglarse. Conocido por los Beatles cuando era casi un niño que tocaba junto a Little Richard, Harrison lo lleva al estudio para que los acompañe con el órgano eléctrico. Como por encanto, no se arreglan los ánimos, según dicen los beatlólogos, sino que mejora el sonido. Su emoción, su genialidad precoz, su manera de integrarse con respeto y con sapiencia en cada tema nos hace emocionarnos y darle la bienvenida (recordé cuando Billy Preston vino a Colombia y bailó encima del piano de cola del Teatro Municipal de Cali; pero esa es otra historia). Baste con escucharse la versión de “I’ve Got a Feeling” para entender lo que el teclista hizo por y con los Beatles. La vida sigue. Yoko lee “The Beatles Complete”, suenan fragmentos de distintos temas, el grupo se reúne en un cuarto adyacente, con cuatro parlantes precisos para oír lo que han grabado, mientras George Martin ronda y se anuncia la inminente llegada de Allen Klein. Si alguien quiere saber por qué se acabaron los Beatles y por qué tambalearon los Rolling Stones, es mejor que lean sobre Allen Klein y dejen a Yoko Ono tranquila. Es una lástima que no hayan quedado registradas imágenes de la llegada del rollizo manager de New Jersey.
Día catorce. Veintitrés de enero. El asunto empieza con experiencia de alto riesgo: “Freakout Jam” a cargo de Lennon en la guitarra, McCartney en la batería y… ¡Yoko Ono en los aullidos! Pero ya estamos acostumbrados. Todos los días hay un viaje por diversos temas para calentar motores: de “Twenty Flight Rock” a “Oh Darling”, de “Get Back” (¡con Billy Preston!) a “Two of Us”, de “For You Blue” a…. la cancelación del concierto en Primrose Hill. “Falta un clímax en esta historia”, reflexiona en voz alta Lindsay-Hogg. En “un golpe de dados que jamás abolirá el azar”, mientras suena la ingenua “I Lost my Little Girl”, Glyn Johns y Lindsay-Hogg le proponen a McCartney el concierto en el techo de Apple. No los oímos: nos lo cuenta un texto escrito sobre la pantalla. Pero le creemos. ¿Por qué no pudo haber sido en ese momento? Corte a: parte del equipo de rodaje va a mirar la locación, mientras suena “Polythene Pam”. Ahora, beben un poco de licor (hasta el momento solo se habían visto algunas tazas de té), ensayan “Let it Be”, llega el galerista Robert Fraser, Lennon tiene un dedo de la mano izquierda herido, cantan “tirándose” las canciones que acaban de componer, burlándose de ellas… los Beatles deciden tocar en el techo de las oficinas de Apple, cuatro días después. Y termina la segunda parte.
Dig it
Veintiséis de enero. Faltan tres días para el concierto secreto. Ringo Starr toca algunos acordes de “Octopus’s Garden” en el piano, mientras Harrison le ayuda a redondear la idea. Linda Eastman revolotea con su hija Heather y McCartney la lanza al cielo entre carcajadas. Yoko Ono ha cogido más confianza y aúlla de vez en cuando en el estudio. El grupo calienta motores con “I Told You Before”, con “Twist and Shout”, con “Blue Suede Shoes”, con “Shake, Rattle and Roll”. De dicha argamasa van saliendo, poco a poco, “Dig it” (de la cual sólo quedará un fragmento de pocos segundos en el álbum Let it Be) y “The Long and Winding Road” (que Phil Spector llenaría de violines en la versión final y luego McCartney devolvería a sus orígenes en el álbum Let it Be… Naked de 2003). Bueno, el asunto va tomando forma y, sin querer queriendo, del disco que saldría en 1970 ya hay ensayados diez de los doce temas (salvo “Across the Universe” que se publicó como sencillo y un cortísimo fragmento de “Maggie Mae” que Peter Jackson parece haber omitido). De hecho, ya que citamos el Naked de McCartney, los Beatles ya habían ensayado todos los temas (incluso “Across the Universe” que se ve y se oye, con una bella segunda voz de McCartney en la película original de Lindsay-Hogg).
Y sigue la cuenta regresiva. El veintisiete de enero vuelven a “Shake, Rattle & Roll” (el rocanrol los inspira: siguen con “Kansas City”, para luego empatar con “Miss Ann” y los propios “Old Brown Shoe” y “Oh Darling”). Ese día se enteran de que Yoko Ono, por fin, ha logrado divorciarse de su primer marido. Y la celebración es con “Strawberry Fields Forever”, una declaración (“I Love Yoko”) y nuevos ensayos de los temas que tocarán en la terraza de Savile Row. Una vez más vemos a un jovencitico Alan Parsons organizando las cintas, mientras todos se ponen a tono para el concierto. Pero la travesura se aplaza por mal tiempo hasta el mediodía del jueves treinta de enero de aquel glorioso 1969, cuando The Beatles, junto al teclista Billy Preston darían una última muestra del prodigio de sus respectivas existencias. Ese día, muy temprano, mientras Lindsay-Hogg ubicaba sus equipos, el quinteto jugueteaba con “Something”, “Love Me Do” y una memorable versión entre dientes de “Two of Us”. Cualquiera diría que no estaban listos. Pero subieron entre risas y cachondeos al techo de Apple Corps. Había cinco cámaras fijas en el techo, tres en las calles y dos escondidas en la recepción y entrada de las oficinas, para grabar la llegada de la policía que, estaban seguros, iba a hacer su aparición triunfal. El primero que se acomoda, sin abrigo de invierno, es Paul McCartney con su barba de compositor de himnos. Lo sigue Ringo, con impermeable rojo, acompañado de la desaparecida Maureen Starkey. Una vez reunidos con sus compañeros, atacan con una primera versión de “Get Back” para calentar motores. En este momento, Peter Jackson recurre a la pantalla dividida (como se haría, un año después, en la versión cinematográfica de Woodstock). Había mucho material y todo había que verlo. Lennon se calienta las manos con el vapor de su boca, porque parece que su eterno abrigo marrón no le es suficiente. Jackson le da la palabra a los desconcertados transeúntes de Savile Row y los Beatles hacen una segunda toma de “Get Back” que suena maravillosa. Acto seguido, otro himno: “Don’t Let me Down” (todavía la humanidad se pregunta por qué Phil Spector la sacó del álbum: ¿para valorarla en un single?). En este momento, el material no se aleja mucho de lo que editó Lindsay-Hogg para Let it Be, salvo un detalle definitivo: la digitalización de las imágenes. La calidad es de una pureza única y el sonido no puede estar mejor.
En ese momento, las cámaras registran la aparición de los policías Ray Dagg y Ray Shayler, quienes aseguran que ha habido treinta llamadas de protesta a causa del ruido. Se dice que Peter Jackson entrevistó a los agentes cincuenta años después, pero nada de eso empaña la edición final. Por fortuna, los Beatles siguen jóvenes: ahora es “I’ve Got a Feeling” que McCartney aúlla como solo él sabe hacerlo y el resto lo acompaña sin problemas. Abajo, una señora se queja: “me han despertado de la siesta”. Un caballero manifiesta entusiasta que le encantan los Beatles y que si una hija suya se casa con uno de ellos no importa porque están llenos de libras esterlinas. Siguen, seguimos, con la vieja “One After 909” que cantaban en el bus de Liverpool cuando eran adolescentes y ahora suena con la belleza de las despedidas. Quien tenga el oído aguzado reconocerá muchas de las versiones del álbum grabadas en este concierto del techo de Savile Row. En medio del entusiasmo, deciden tocar la indescifrable “Dig a Pony” y Lennon pide que alguien le sostenga un papel con la letra. Lennon llama a Mal Evans. Pero Mal Evans no está. Corte al primer piso: Mal Evans atiende a la policía. Un asistente sostiene la letra y “Dig a Pony” se interpreta entre sonrisillas triunfales. Acto seguido, repiten “I’ve Got a Feeling” para la grabación del álbum (estas repeticiones no estaban en la película original de Michael Lindsay-Hogg), al igual que “Don’t Let me Down”. En ese momento, los policías suben al techo, acompañados del Sargento David Kendrick. Pero nadie se atreve a interrumpirlos (en la serie Anthology de 2003, Ringo Starr confiesa que anhelaban que la policía se los llevara a empujones para valorar la película, lo que no sucedió…). Los Beatles repiten “Get Back” y algunos de los amplificadores tienen problemas. Pareciera que les apagasen los equipos, pero el grupo sigue adelante. Y terminan. “Quiero darle las gracias al grupo y espero que hayamos pasado la audición”, bromea John Lennon, con la última frase que se oye, a su vez, en el álbum de 1970.
La película de Lindsay-Hogg terminaba con el final del concierto. En la versión de Peter Jackson vemos a los músicos y sus novias analizando el sonido y lo sucedido horas antes. En hermosos primeros planos los vemos atentos a los resultados. Al día siguiente, el treinta y uno de enero, regresan las bromas al estudio y graban el material faltante. Entre otras, la versión final de “Two of Us”, primer tema del disco. Y “The Long and Winding Road” y “Let it Be”. Créditos finales.
The End
Vi dos veces las ocho horas de The Beatles: Get Back y, rapidito, volví a ver una vieja edición del Let it Be de Michael Lindsay-Hogg, distribuida en su momento por United Artists y luego desaparecida. Todo se ve antiguo, primitivo, oscuro, imagen granulada, con obsesión por los primeros planos, McCartney tocando el Adagio de Samuel Barber con una manzana mordida en el piano, Lennon sin afeitar ensayando “Don’t Let me Down”, Mal Evans con su martillo en “Maxwell Silver Hammer”, el director perdido en su propio laberinto, las mismas canciones, otras texturas. La película dura una hora y veinte minutos. A los cincuenta y ocho minutos, los Beatles suben al tejado y la vida se repite. ¿Aplausos? Para los Beatles, para Billy Preston, para Glyn Johns, para Peter Jackson, para los que cuidaron las bodegas de Apple Corps durante cincuenta años. Pero, sobre todo, aplausos de pie para Michael Lindsay-Hogg, el silencioso héroe de esta gesta que, si no se confirma que es hijo de Orson Welles, puede estar seguro de que, con las casi sesenta horas de material filmado, consiguió, para la historia, regalarnos su propio Ciudadano Kane.
Definitivamente estas reseñas, artículos y escritos son necesarios, pero en forma de taller, para quienes no conocemos tan a fondo estos temas, pero que definitivamente disfrutaríamos mucho de que nos cuenten la historia de primera mano... ¿Es posible tener un taller para fanáticos de los Beatles?, veremos… Gracias por compartir. :)