Los Fragmentos de King Crimson
Un gran documental descifra la filosofía del grupo y su legado musical.
Finalmente llegó a mis manos el documental In The Court Of The Crimson King, King Crimson At 50, una lección magistral para narrar de forma equilibrada, y sin hacer concesiones, una gran historia, la historia del mayor sobreviviente de la edad de oro del rock progresivo (uso ese término casi que obligado porque King Crimson es música, no una etiqueta). Y cuando digo sin hacer concesiones, me refiero al reto que tuvo el director Toby Amies para que su largometraje no se convirtiera en una highografía de Robert Fripp y su banda, o un puñado de músicos cercanos haciéndole la venía al líder del grupo. Al contrario, la objetividad y la diversidad de opiniones se destacan a lo largo de la historia y el espectador es el más beneficiado. Ejemplos de producciones audiovisuales para les amis, sobran y poco aportan y emocionan.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que no es un documental cronológico sobre la historia del grupo, ni siquiera se mencionan sus álbumes en estudio, aunque las referencias musicales abundan durante las casi dos horas que dura el documental. También hay contenido adicional con presentaciones magistrales en Tokio, además de unas cuantas imágenes de archivos inéditas como una en la que aparece Greg Lake interpretando “Cat Food”.
Los protagonistas de las historias del documental son los espectadores (pocas producciones audiovisuales les dan su lugar a aquellos que sostienen económicamente a una banda de rock) y los músicos, especialmente los de la “etapa feliz” (como Fripp describe el periodo 2013-2021 con Pat Mastelotto, Gavin Harrison, Tony Levin, Mel Collins, Jeremy Stacey, Jakko Jakszyk y Bill Rieflin), y la música que crearon a partir de eso que él venera y atesora como su manto sagrado: el silencio.
El líder y fundador de King Crimson es un personaje muy particular, por momentos difícil de descifrar por su volátil temperamento y el constante uso de la ironía como sustento de su humor cambiante. Sin embargo, Fripp cuenta con un rasgo poco común en los músicos del rock: es un tipo profundo, estructurado, riguroso, culto, sabio, que sustenta sus afirmaciones desde criterios filosóficos, históricos, educativos, sociológicos, psicológicos y antropológicos, siempre citando de dónde sale cada referencia, cada opinión. No es un Roger Waters opinando cualquier cosa sobre la guerra de Rusia contra Ucrania, o la situación de los palestinos, siempre con vacíos históricos y teóricos, y con más pasión que conocimiento y criterio, con más necesidad de acumular likes. Y ese rasgo de Fripp, su intelectualidad, lo agradece el seguidor de King Crimson y el espectador, porque sus opiniones son lecciones de vida.
En cuanto al rol de los músicos, el equilibrio y la verdad son la pieza fundamental de los testimonios. Fripp, un poco en la onda de Don Henley y Glenn Frey cuando produjeron el documental de los Eagles (está lleno de opiniones negativas y controvertidas sobre la banda), les permitió a músicos que pasaron por King Crimson, como Michaels Giles, Trey Gunn y Adrian Belew, decir todo lo que sentían hacia él, que no necesariamente eran elogios. El más visceral y crudo es Belew, la pieza fundamental de esa alineación que produjo música magistral entre 1981 y 1984 en tres álbumes memorables (Discipline, Beat y Three of a Perfect Pair), quien no tiene reparos en criticar la actitud de Fripp cuando prescindió de sus servicios. “Creía que éramos parteners, compañeros y equipo de trabajo. Pero luego entendí que no, que yo era su empleado y cuando no le fui útil me sacó. Lo mismo hizo con John Wetton en los setenta. Le dio una patada y sin explicar mucho acabó con el grupo. Eso duele”. Pero Belew también es generoso con Fripp y se extiende en unos cuantos elogios, sobre todo por la música que crearon juntos.
Fripp, Bruford, Belew y Levin durante la promoción de Beat.
Otro testimonio clave es el del baterista Bill Bruford, el gran soporte rítmico de King Crimson entre 1972 y 1997. Su descripción del tenso ambiente del grupo en los años setenta, pasando por una etapa de libertad experimental como lo fueron los años ochenta, hasta los caóticos noventa, permiten comprender las intenciones más profundas de Fripp con el tipo de música que estaba creando y lo que esperaba de ella. Bruford ofrece una mirada única y objetiva de la filosofía musical del grupo y los grandes aportes para la historia de la música. A diferencia de Gunn o Belew, es un tipo que mira con agradecimiento todo lo que aportó y aprendió en King Crimson, una gran universidad de vida para quienes pasaron por allí.
Gran parte del documental se centra en los testimonios de los músicos de la formación actual de King Crimson, el mas visible es el teclista y baterista Bill Rieflin, quien murió en 2020 tras varios años luchando contra un cáncer de colon. Casi que el documental es un homenaje a su legado como músico y a la fuerte amistad que lo unió con Fripp. “Soy el único amigo cercano de Robert que pudo llegar a King Crimson”, dice al inicio del largometraje. Mel Collins también tiene mucho que aportar porque su primer paso por King Crimson fue efímero por las constantes diferencias con Fripp (estuvo en la época de In the Wake of Poseidon, 1970; Lizard, 1970; Islands, 1971 y Earthbound, 1972), pero cuarenta años después de eso decidió volver con el perdón como bandera de sus diferencias.
Puede ser un documental exigente para un espectador que no sepa mucho de la vida y obra de King Crimson, aunque intuyo que Fripp y Amies sabían perfectamente a quién se lo estaban dirigiendo. Para llenar esos vacíos está el excepcional libro de Sid Smith: In The Court of King Crimson. Por último, solo me queda por decir que el documental ofrece una versión ecuánime y fragmentada de la última gran banda de rock progresivo y cuya capacidad de reinventarse y sorprender no tiene límites. Si no hay novedad, no hay King Crimson y quienes los vieron en vivo recientemente, así lo corroboran.