Otros álbumes memorables de los años 90
Dylan, Cohen, Marillion, Van Morrison, Plant y los ex Japan dejaron grandes obras que vale la pena redescubrir.
Cuando se intenta analizar el pop-rock de los años noventa, muchos pensamientos vienen a la mente, particularmente por la cantidad de estilos, subgéneros, bandas, tribus y propuestas estéticas y sonoras que definieron y le dieron forma a una década que, a mi modo de ver, tuvo su momento dorado entre 1991 y 1995, aunque en el 97 hubo destellos luminosos. Lo que pasó después de 1997 es un mar de confusión que definiría el Nuevo Milenio de la mano de los insípidos y aburridísimos Coldplay, entre otros. Pero esa es otra historia.
Los noventa en el rock, como un todo, para no hacer distinciones en los diversos estilos que aparecieron, son mucho más diversos, fascinantes y eclécticos que el grunge de Nirvana, Pearl Jam, Alice in Chains y Soundgarden, el estilo que determinó gran parte de los cambios en el rock de esa década. Por ejemplo, no se puede entender a los años noventa sin la fuerza que tomo el hip-hop entre las comunidades de Los Ángeles y Nueva York o la versatilidad del house, el dance y el techno que inundaron la noche de las discotecas con himnos inolvidables y cuestionables (pensemos en Technotronic, por ejemplo).
Tampoco se puede entender a los noventa, sin la confusión de los post/neo progresivos de la mano de los excéntricos, desesperantes y monótonos Tool y Dream Theater, el renacer de la psicodelia (Porcupine Tree, Ozric Tentacles, Mercury Rev, Phish), la cantidad de bandas y artistas femeninas que dieron la pelea con altura (Hole, L7, Breeders, Bjork, Devinyls, Alanis, Sheryl Crow, Lisa Loeb, Paula Cole, Fiona Apple, Britney y Christina), la fuerza de los ensambles adolescentes que conquistaron las portadas de Seventeen en todo el planeta (Backstreet Boys, Take That, NSYNC) o el Britpop que dejó obras maestras, a mi modo de ver, lo mejor de la década (Oasis, The Verve, Pulp, Blur, Suede, Primal Scream, Manic Street Preachers, Ocean Colour Scene, James).
Qué me dicen del rock alternativo, independiente e industrial que le dio visibilidad mediática a artistas que de otra forma hubieses pasado desapercibidos (NIN, Sonic Youth, R.E.M, Dinosaur Jr, Toad and the Wet Spocket, Pixies, Wilco, Weezer, Beck), el segundo aire que tomaron las bandas de heavy-hair metal y que dieron la pelea con altura ante la aplanadora del grunge (Guns N´Roses, Def Leppard, Motley, Metallica, Aerosmith, Poison, Bon Jovi, Kiss), la fuerza de la contracultura y los cantautores depresivos que conquistaron a postadolescentes confundidos (¿les suena Elliott Smith, Jeff Buckley, Ron Sexmith?), o la vieja guardia dejando obras más que dignas (Neil Young, los Rolling Stones, Pink Floyd, Robert Plant, Peter Gabriel, Van Halen, Paul McCartney, entre otros). Ni hablar del pop-punk pegajoso que batalló de frente contra bandas post-grunge tibias como Collective Soul, Candlebox o Goo Goo Dols (Green Day, Blink-182, Rancid, NOFX, No Doubt), además de una gran saga de one-hit wonders que estuvieron en el radar de las emisoras por varios años (desde Sinead O´Connor, Lou Bega, Chumbawumba, Hanson hasta la insoportable “Macarena”).
Seguro hay más momentos que definieron los noventa, una década fascinante en la que quedaron otras grandes obras, menos mediáticas, que vale la pena redescubrir.
Leonard Cohen: The Future (1992)
El noveno álbum del canadiense es una obra maestra de principio a fin. A pesar del éxito que tuvo I´m Your Man en 1988, Cohen demostró con The Future que su mirada del momento y la sociedad era acorde a los tiempos convulsionados que se vivían. Empezó a componerlo durante la caída del Muro de Berlín y le terminó de dar forma durante los disturbios raciales en Los Ángeles entre abril y mayo del 92. Es el álbum más extenso en duración de toda su carrera, fue top 40 en Inglaterra y fue el que más músicos involucró. Hay tres canciones perfectas para oír y oír una y otra vez: “Anthem”, “The Future” y “Closing Time”. ¿Fue la última obra maestra de Cohen? No, pero sí fue un disco que marcó un antes y un después. Su calidad es superior.
Rain Tree Crow: Rain Tree Crow (1991)
En 1989, y por insistencia de Steve Jansen, David Sylvian aceptó reunirse con sus tres excompañeros de Japan. La única condición que puso es que el proyecto tendría otro nombre. Así nació la banda Rain Tree Crow que dejó un único y sublime homónimo álbum lanzado en abril de 1991. Aunque la influencia de Sylvian es notable en la mayoría de las canciones (escuchen la hermosísima “Blackwater” y “Every Colour You Are”, que aparece en compilados en solitario de Sylvian), el disco tiene momentos que evocan la grandeza atmosférica, enigmática y oscura de Japan, en parte gracias a los aportes del teclista Richard Barbieri, que tras este álbum se fue a trabajar con Steven Wilson en Porcupine Tree. Una joya oculta de los noventa que hay que tener presente, ¡siempre!
Bob Dylan: Time Out of Mind (1997)
Más allá de los tres galardones que recibió este álbum durante los Premios Grammy de 1998, es el disco con el que Dylan demostró que estaba para grandes cosas a partir de una reinvención adecuada de su arte y forma de componer. Sus cuatro álbumes anteriores, salvo Oh Mercy (1989), fueron vapuleados e incomprendidos por la crítica. Se le percibía perdido y errático al genio que en 1992 celebró 30 años de carrera con una constelación de grandes nombres. Para Time Out Of Mind, Dylan llamó nuevamente al productor Daniel Lanois (con quien trabajó en Oh Mercy) y el resultado es perfecto. Un disco que trae “Not Dark Yet”, “Cold Irons Bound”, “Make you Feel My Love” (reinterpretada por Billy Joel) y “Love Sick” será, desde su nacimiento, un clásico de la cultura del rock. Sublime.
Van Morrison: Days Like This (1995)
El cuarto álbum de la década de los noventa del norirlandés tuvo tres antecesores perfectos que significaron un reto a la hora de componerlo. Solo pensemos en el inmaculado Hymns to the Silence (1991) como medidor de ese momento. Para su vigésimo tercer álbum en estudio, Van invitó a su hija Shana con quien dejó instancias memorables en canciones como “You Don't Know Me” y “Ancient Highway”. Sin embargo, el momento perfecto de Days Like This es justamente con la canción que le dio el nombre al álbum, un canto de dolor y esperanza sobre la violencia en Irlanda del Norte y la necesidad de mirar a un futuro de una sociedad reconciliada y sanada tras las heridas de casi veinticinco años de división sectaria.
Robert Plant: Fate of Nations (1993)
No es el mejor álbum de Plant, pero es un disco que esconde las claves de lo que estaba a punto de suceder con la fascinante carrera del exvocalista de Led Zeppelin. Basta con escuchar “29 Palms”, “If I Were a Carpenter” (original de Tim Hardin) y “Promised Land” para darse cuenta de que Plant estaba a punto de darnos grandes sorpresas (la reunión con Page para el Unledded y el álbum Dreamland). Un disco discreto, melancólico, por momento rockero, con grandes interpretaciones vocales en “Down to the Sea”, que necesita más de una escucha para captar su esencia.
Marillion: Brave (1994)
El tercer álbum con Steve Hogarth como cantante corroboró que Marillion había superado el legado de Fish. Tras dos tímidos, pop y muy criticados álbumes (Seasons End y Holidays in Enden), Marillion retomó su camino con un disco conceptual sobre la desaparición y reencuentro con su familia de una niña en el norte de Inglaterra. Y aunque los seguidores ortodoxos del grupo criticaron abiertamente el sonido progresivo y sinfónico del álbum, la prensa se rindió ante la calidad de su producción y canciones. No en vano fue un álbum que llegó al top 10 de listas británicas y fue catalogado por la revista Classic Rock como uno de los mejores del año. Canciones como “Brave”, “Made Again” y “The Great Escape” demostraron, además, que Hogarth fue la elección adecuada para dejar atrás el peso de Fish en la historia de Marillion. A partir de acá la historia será muy diferente y Marillion obtendrá el reconocimiento mediático que perdió con la salida de su célebre émulo de Peter Gabriel.
Recuerdo el álbum The Future porque en el 94 se estrenó Natural Born Killers de Oliver Stone que incluyó "Waiting for the Miracle" en la banda sonora. A mí la época me sonaba a fin de siglo, a la ruptura de todo lo que era sólido. Fue una buena época, lo digo sin nostalgia.