Tengo un centenar de álbumes del rock norteamericano que me encantan. A continuación, una selección de tres títulos que todo seguidor del buen rock debe conocer.
Simon & Garfunkel
The Concert in Central Park (1982)
A mediados de 1970, y durante el gran pico de su popularidad tras lanzar el aclamado álbum Bridge Over Troubled Water, Simon & Garfunkel se separaron para seguir sus carreras en solitario. No es un secreto que durante los años setenta a Simon le fue mejor que a su coequipero, por lo menos en términos de éxitos comerciales y ventas de álbumes (Still Crazy After All these Years, There Goes Rhymin y el homónimo de 1972). La década de los ochenta llegó y ambos artistas seguían dedicados a sus proyectos en solitario hasta que una solicitud de la alcaldía de Nueva York alteró su normalidad. A Gordon Davis, comisionado de los parques de la ciudad, se le ocurrió la idea de hacer un concierto benéfico, gratuito, para recaudar fondos para el cuidado y conservación de uno de los emblemas de la ciudad: el Central Park. Pensó que un gran evento sería reunir a Simon & Garfunkel y revivir sus clásicos inmortales. Al principio de las negociaciones, Simon fue resistente, pero finalmente la oferta económica fue lo suficientemente atractiva para aceptar. La reunión dependía de él, pues Garfunkel siempre estuvo abierto a un reencuentro. El evento se realizó el 19 de septiembre de 1981 ante, según se dijo en su momento, casi medio millón de espectadores, además de varios millones que lo vieron en vivo por televisión. De las 21 canciones interpretadas por el dúo, 19 se incluyeron en el álbum en vivo editado por la CBS entre las que se destacan “The Sound of Silence”, “Mrs. Robinson”, “The Boxer”, “America”, “Scarborough Fair” y “Bridge Over Troubled Water”, además de un par de canciones de Simon en solitario como “Kodachrome” y “Late in the Evening”. El concierto fue absolutamente exitoso, pero marcó un punto de quiebre en la relación de ambos artistas que impidió que se realizara una gira mundial, como se lo imaginó la CBS. Álbum y película se editaron en febrero de 1982, convirtiéndose en uno de los grandes lanzamientos del año. El álbum llegó al número 6 en Billboard, certificado como doble platino. El cover de “Wake Up Little Susie” de los Everly Brothers llegó al top 30 de Billboard, siendo el último éxito comercial del dúo en toda su carrera. Este álbum puede estar en el top 10 de los mejores álbumes en vivo de todos los tiempos junto a Live at Leeds de The Who o Made in Japan de Deep Purple por la calidad de su propuesta en vivo. Las versiones conservan la mística, talento y encanto de uno de los dúos más importantes y trascendentales de la historia del rock. Si no lo conoce, ¿qué espera? Joya en todo el sentido de la palabra.
Billy Joel
The Stranger (1977)
Con su quinto álbum, y justo cuando CBS estaba a punto de prescindir de sus servicios, Billy Joel la sacó del estadio. Aunque con Piano Man (1973) su arte se dio a conocer de costa a costa de los Estados Unidos gracias a la canción que le dio el nombre al álbum, lejos estaba de conquistar masas por cuenta de las escasas ventas de sus discos. Se le comparaba con Elton John y Randy Newman, se elogiaba su voz y su talento con las melodías, pero le faltaba algo para impactar en gran escala. Joel entendió que uno de sus problemas era la banda y la producción. Tomó acciones urgentes para remediar el camino, especialmente tras el fracaso comercial de Turnstiles (aunque tiene joyas como “Say Goodbye to Hollywood”, “James”, “Miami 2017” y “Angry Young Man”). Pensó en contratar a George Martin, pero CBS le presentó a Phil Ramone que venía cosechando éxitos con Paul Simon. El pianista sumó nuevos músicos a su banda y emprendió el camino para producir un disco perfecto de principio a fin: The Stranger, el trabajo que cambió radicalmente la carrera de Joel para convertirlo en rey durante más de una década. El álbum estuvo seis semanas en el número 2 de Billboard y cuatro sencillos llegaron al Hot 100 de Billboard: “Just the Way You Are” (puesto 3), “Movin' Out (Anthony's Song)”, “She's Always a Woman” (ambos al 17) y “Only the Good Die Young” (24). Pero más allá de los éxitos, Joel en este álbum dejó dos piezas memorables: “Vienna” y “Scenes from an Italian Restaurant”. The Stranger es un buen punto de partida para conocer una discografía amplia, sólida y trascendental, con altibajos normales, pero con más puntos altos, sin duda. A mi modo de ver, el álbum perfecto en la amplia obra de Joel y muy a pesar de la joya que nos entregaría en 1978, 52nd Street, con el que corroboró que el éxito de 1977 no fue casualidad sino el resultado de una movida acertada. Genio de principio a fin.
Steely Dan
Aja (1977)
Desde 1972, Walter Becker y Donald Fagen daban de qué hablar en el competitivo mundo del rock norteamericano por cuenta de una serie de álbumes que mezclaron pop, jazz, soul y rock progresivo, como ninguna otra banda norteamericana lo había hecho hasta entonces. Basta con escuchar el debut Can´t Buy a Thrill (1972) para notar como grandes canciones pueden resistir el paso del tiempo desde una apuesta avanzada, y ser éxito en la radio (“Do It Again”. Pero lo mejor estaba por llegar en 1977 con su sexto trabajo, la obra que lo cambió todo, que demarcó los alcances del rock en antes de Aja y después de Aja. Elegir solo una canción del álbum para cumplir con esta crónica sería como tratar de explicar El jardín de las delicias de El Bosco haciendo énfasis en solo uno de los detalles del tríptico. Becker y Fagen se mantuvieron firmes con la idea de utilizar músicos de sesión para moldear sus canciones. Durante las sesiones de grabación del álbum en estudios de Nueva York y Los Ángeles, circularon más de cuarenta músicos, especialmente de la escuela del jazz, además de viejos reconocidos rockeros como Michael McDonald de los Doobie Brothers y Timothy B. Schmit de los Eagles.
Cada una de las siete canciones del álbum rebosan de arreglos y cambios sofisticados en su estructura que brillan con tal intensidad que impiden ver la totalidad de sus capas y esencia. Y es que no existe un álbum en la historia del rock que se dé el lujo de decir que buena parte de sus momentos memorables fueron ejecutados por músicos como el saxofonista Wayne Shorter o el teclista Victor Feldman, formados con Miles Davis en los años sesenta, bajistas excelsos como Chuck Rainey que trabajó con Aretha Franklin y Quincy Jones, y el supremo baterista Steve Gadd que venía de quintetos de jazz neoyorquinos y que con los años se convirtió en pieza clave de las obras de Paul Simon y Eric Clapton.
Justamente Gadd es el responsable de parte de la genialidad de este disco por cuenta de un solo doble de batería en la canción que le dio el nombre al álbum y que ha sido elegido por críticos y revistas especializadas como una “gran lección de talento y versatilidad”, utilizada además en clínicas, simposios y documentos teóricos sobre la batería del jazz. Si quieren saber y comprobar de qué hablo basta con escuchar la canción del minuto 4:42 al 5:02.
Aja es un álbum obsesivo y perfeccionista como los dos cerebros que concibieron sus canciones. Ambos, en sus mentes, sabían lo que querían, pero no siempre los músicos de sesión captaron la esencia. De ahí la cantidad de intérpretes que fueron necesarios para los arreglos. Hay un documental del año 2000 sobre la grabación del álbum en el que se puede apreciar a Becker rechazar, varias veces, la ejecución del solo de guitarra de “Peg” hasta que el guitarrista Jay Graydon dio en el clavo. Perfección al límite. Y es que un disco con tal nivel de sofisticación, en el auge del punk, difícilmente encajaba en la cultura de masas. Pero la industria del sonido de alta fidelidad descubrió en ese álbum una pieza clave para mostrarle a oídos entrenados los alcances de un buen sistema de audio. Y nada de eso hubiese sido posible sin el nivel de exquisitez que lograron Fagen y Becker.
A pesar de todos los puntos luminosos que tiene Aja, no todo fue bueno para los negativos de siempre. Cierto sector de la prensa musical no entendió su concepto. Para muchos, ese álbum amplificó la esencia de las críticas a los trabajos anteriores y creó cierta confusión sobre su obra. Michael Duffy de la revista Rolling Stone escribió: “Aja seguirá alimentando el argumento de los puristas del rock de que la música de Steely Dan carece de alma y, por su naturaleza calculada, es antitética a lo que debería ser el rock”. Parte de las críticas feroces al grupo se sustentaban además por el abandono del concepto simplista de lo que es una banda estable de rock, por preferir dinámicas más asociadas al jazz con cambios constantes en su estructura. Sin embargo, estos argumentos, menores, no lograron sostenerse en el tiempo, a diferencia de un álbum que hoy en día es considerado como una gran lección magistral de creación e ingeniería de sonido.
Por eso más que elegir una canción de Aja para describir cómo y por qué cambió el curso del rock tras su publicación, la explicación se encuentra en la totalidad de la obra. “Black Cow”, “Aja”, “Deacon Blues”, “Peg”, “Home at Last”, “I Got The News” y “Josie” esconden el secreto de un álbum extraño de apreciar, cargado de letras feroces, serias y elípticas sobre la locura humana y la sexualidad, inspiradas, además, en obras de Burroughs, Carver y Nabokov (que hubiesen funcionado sin problema en la música de los Sex Pistols), con arreglos inéditos y desorientadores para un espectador cerrado o calculador, pero fascinante por la valentía con la que exploró nuevas posibilidades para hacer rock; porque además conserva la pureza del arte como creación genuina, natural y profunda. “Black Cow”, justamente, es un claro ejemplo de cómo la idea de encubrir la sórdida historia de una drogadicta y promiscua, acosada por un novio inclemente, se sostiene con la tensión y sobriedad de sus arreglos, perfectamente sincronizados con la historia.
La obra de mediados y finales de los setenta de Steely Dan fue fundamental para artistas como Toto (su hijo más legítimo, por razones obvias), 38 Special, Ambrosia, Eddie Money, Loverboy, Boz Scaggs, Billy Squire, entre otros. También fueron determinantes para la consolidación de un subgénero conocido como Yatch Rock (un estilo que mezcló R&B, pop y jazz) y para el enfoque que tuvo la obra en solitario de Michael McDonald desde su debut en solitario en 1982.
Con Aja, Fagen y Becker crearon un álbum con estándares análogos pocas veces vistos en el rock, inspirador y aleccionador para toda una generación de músicos que empezaron a exigirse mucho más en el estudio (nuevamente pensemos en Toto), complejo de apreciar y asimilar, imposible de encasillar y magistralmente ejecutado a pesar de su corazón duro e impenetrable desde la narrativa. Fue el cierre perfecto para una década explosiva y convulsionada para el rock. Un cierre que motivó a los artistas a darlo todo. Y así fue, por un tiempo.