"El peso" de la muerte de Robbie Robertson...
El pasado 9 de agosto no murió Robbie Robertson, murió una parte esencial del rock norteamericano. Podría usar una frase de Don McLean para complementar esta idea: “But something touched me deep inside…The day, the music died”. A diferencia de otros artistas más mediáticos o visibles, Robertson fue una figura enigmática, de bajo perfil, fascinante en todo el sentido de la palabra y de difícil aproximación y comprensión, un poco como sucede con Bob Dylan, y de ahí radica una gran parte de su encanto y el interés que genera su obra. En su amplio legado habitó parte esencial de la historia oral y tradicional del folclor de los Estados Unidos (y de Canadá), y no deja de sorprender que haya sido un quinteto, conformado por cuatro canadienses y un gringo de Arkansas (Levon Helm), quienes mejor lo entendieron. Aunque Helm siempre se sintió más canadiense que gringo.
De izquierda a derecha: Richard Manuel, Levon Helm, Rick Danko, Garth Hudson y Robbie Robertson: The Band circa 1969.
Llevo varios días pensando en cómo abordar desde el ejercicio de la escritura la muerte de uno de los músicos más grandes y trascendentales que ha dado la historia del rock, sin repetir lo mismo que ya ha dicho el New York Times, The Guardian o la revista Classic Rock, sin sacar una lista de “10 temas para comprender a Robertson”. Evitando “wikipontificar” y caer en el afán por reconstruir la vida de un personaje cuya muerte toca analizarla con pinzas y mucha paciencia. Fue un ejercicio de releer partes de su libro biográfico, de revisar y verificar datos, de re-escuchar sus discos con The Band (¡qué bandota¡ ¿Cuántos grupos de rock tenían dos pianistas?) y en solitario, ver nuevamente su documental, leer revistas conmemorativas de Bob Dylan y revisar otras piezas audiovisuales que circulan por ahí. No podía ser de otra manera, murió un gigante y como tal hay que tratar su obituario.
La triste noticia de la partida de Robbie Robertson me invitó a una reflexión más sosegada para entender la magnitud del vacío que nos deja. Limitar el análisis de su legado a la relación con Bob Dylan a través de la banda The Hawks a mediados de los años sesenta, los inicios de The Band como efecto natural de vivir de cerca del Nobel de Literatura, los famosos Basement Tapes y el gran aporte del disco debut de The Band para comprender la mitología norteamericana de la música, es ver la mitad de la historia de un músico que fue más que el líder y guitarrista de The Band. Hay mucho más para analizar y entender.
De tantas coas que se pueden contar sobre Robertson, hay un aspecto que me sorprendió de su larga y ecléctica carrera: su capacidad para dar un paso al costado a tiempo y no “volver la vista atrás”, como diría Juan Gabriel Vásquez. El final de la relación de Robertson con el grupo empezó con el memorable concierto de despedida en San Francisco, el día de Acción de Gracias de 1976, y que terminó convertido en un magnífico documental (para muchos es la película más importante de la historia del rock gracias a su majestad Martin Scorsese): The Last Waltz, lanzado en 1978 como disco triple y presentado en cines ese año (se puede ver en Apple TV).
¿Qué motivó al líder de The Band a dejar el grupo en el mejor momento y tras haber producido cinco grandes álbumes en estudio entre 1968 y 1975? Emprender con otros proyectos. Robertson sabía que la relación con los otros cuatro miembros del grupo no pasaba por buen momento, componer nuevas canciones se había tornado complicado (en parte las adicciones de Danko, Helm y Manuel les jugó más de un mal momento) y era mejor partir. Al respecto, el baterista Levon Helm escribió en su biografía de 1993: “El final de The Band en los setenta no fue forzado por Robertson, simplemente ya no lo queríamos en el grupo. La consigna unánime fue no contar más con él, no llamarlo si íbamos a grabar otro disco”. A pesar de la ferocidad de Helm contra Robertson, otros miembros de la banda expresaron lo contrario: “Estoy seguro de que Helm se va a comer esas palabras”, dijo Danko. “Estoy seguro de que le va a llevar más tiempo del que quiere involucrarse, pero creo que va a querer volver a ello con el tiempo”. Richard Manuel también añadió: “Todo el mundo tiene que volver a ver The Last Waltz y prestar atención. Nadie dijo que la banda se había separado. Robbie fue el único que dijo que había terminado con nosotros en ese momento, no para siempre”.
Sin embargo, en 1986 Robertson le dio a la Rolling Stone su explicación: “Hice mi gran declaración con la película, grabé un álbum de tres discos sobre lo que significó The Band, dejé material suficiente para cumplir un contrato con Capitol y decidí seguir mi camino, como muchos lo han hecho. Ahora, ellos (The Band) quieren ver a The Last Waltz como un testamento, lo aceptaré. Pero no fue así, tenía otros proyectos en mente y por eso me fui, nunca pensando en que sería la última vez que tocaría con ellos”. Robertson tocó con The Band por última vez en marzo de 1978 como parte de una reunión para apoyar a Rick Danko quien había sufrido un accidente. Fue el final de una relación de trece años, aunque nunca hubo una declaración oficial sobre su salida del grupo. Un enigma que con su muerte no quedó resuelto, solo los 5 músicos de The Band sabían la verdad o las verdades de esa historia. El único que puede decir algo nuevo o diferente al respecto es Garth Hudson, el superviviente de The Band.
La salida de Robertson no implicó el final del grupo, hubo un esfuerzo posterior con tres álbumes en estudio (más bien flojos) editados entre 1993 y 1998. Sin embargo, Robertson nunca volvió a tocar con ellos e hizo mucho más tras ponerle fin a su relación con los genios Danko, Manuel, Hudson y Helm en 1978: cinco álbumes en solitario (su homónimo disco debut de 1987 y Music for the Native Americans de 1994 son magistrales), veinte bandas sonoras para películas, un libro de memorias (Testimony), un documental sobre The Band (Once We Where Brothers) y la supervisión tanto de la película como de la banda sonora de The Last Waltz. También fue el gran albacea de la memoria histórica de The Band con cientos de cajas que permanecen resguardadas en una bóveda y que solo sus herederos saben qué tesoros habitan en ellas (no me sorprendería ver en los próximos años algunas reediciones o cajas conmemorativas sobre la década de oro de The Band: 1968-1978).
Por último, una reflexión: La historia de Robbie Robertson es también la de los constantes exilios de una amplia generación de músicos que se vieron obligados a dejar Canadá para ser exitosos, visibles, trascendentales, especialmente en los Estados Unidos, para posteriormente conquistar otros mercados como el de Inglaterra, el resto de Europa, América Latina, Japón, Australia, entre otros. Salvo Gordon Lightfoot que se negó a salir de su natal Orillia, Neil Young, Leonard Cohen, Joni Mitchell, Rush, Celine Dion, Alanis Morissette, Arcade Fire, The Guess Who, Loverboy, Anne Murray, entre otros, tuvieron que cruzar la frontera hacia el sur para ser más legitimados. Menos mal lo hicieron o de lo contrario nos hubiésemos privado de grandes artistas. Sobre ese aspecto, Robertson alguna vez le dijo a un periodista de un canal de Pittsburg: “Soy canadiense, con raíces indígenas del Yukón, tengo mi casa en Toronto y en ninguna otra parte me he sentido tan bien y tan pleno como en Canadá. Mi carrera musical necesitó de otros espacios fundamentales y estuvo bien… Por eso, tras dejar a The Band, volví durante un tiempo a Toronto. Incluso Levon Helm, que era de Arkansas, se sentía más canadiense que estadounidense. Hogar solo hay uno y el trabajo es otra historia”. ¡Buen viaje, genio!